Cabe añadir dos precisiones más con respecto al asunto de la naturaleza y el ambiente. En primer lugar, las influencias no genéticas no im plican necesariamente efectos ambientales específicos. Esto se debe a que el desarrollo biológico no es determinista, sino probabilístico. Dicho de otro modo, el programa genético derivado de la evolución especifica una pauta o plan general, pero no determina lo que hará cada neurona in dividual (o cualquier otro tipo de célula). El azar y las perturbaciones juegan un papel considerable.
Así, todas las mujeres tienen dos cromo somas X, pero sólo uno es activo y cuál de los dos lo sea depende princi palmente del azar. Cuál es el activo es importante en algunas circunstancias porque uno de los X se hereda del padre y el otro de la madre. Las perturbaciones generales son comunes durante el desarrollo.
Casi todos nosotros tenemos anomalías menores de un tipo u otro -por ejemplo, un pezón extra, un diente supernumerario, la falta de un músculo, un pliegue inusual en los ojos, un patrón asimétrico en la piel o unas orejas de geometría poco usual. Estas anomalías tienen significado a nivel de grupo -son más frecuentes en gemelos que en singletes, así como en niños na cidos de madres de edad avanzada- pero no parece que ningún factor ambiental específico sea responsable de su presencia a nivel individual.
Además, la mayoría de estas anomalías no tiene consecuencias funcionales. No obstante, pueden ser importantes porque indican que el desarrollo no ha ido todo lo bien que debía. Los trastornos pueden ser el resul tado de alguna combinación de riesgo genético e imperfecciones durante el desarrollo más que de alguna experiencia particular de exposición a un riesgo ambiental.
La segunda precisión es que si bien la cuantificación de los efectos genéticos y ambientales se centra en las diferencias individuales, es necesario considerar también sus efectos sobre la frecuencia de un rasgo particular. Durante el último medio siglo se ha producido un aumento muy importante en las tasas de abuso de drogas y criminalidad entre los jóvenes y de suicidio entre los hombres jóvenes. La velocidad con que se ha producido tal incremento apunta claramente a algún tipo de efecto ambiental. A lo largo del siglo XX se ha producido también un incremento en la altura y en el CI, además de un descenso en la edad de la monarquía.
También en este caso cabe atribuir los cambios a factores ambientales. Los resultados de la investigación indican que los factores responsables de las diferencias individuales en una característica particular no son necesariamente sinónimos de los factores responsables del nivel o frecuencia de esa característica en el conjunto de la población. Por ejemplo, los factores genéticos son en gran medida responsables de las diferencias individuales en altura, pero el gran incremento de la altura media (de unos doce centímetros) durante el último siglo se debe casi con certeza a me joras en la nutrición. Una herencia alta, o incluso muy alta, no implica que un cambio importante en las condiciones ambientales no pueda tener un efecto notable.
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