La crianza y la forma de vida de muchas familias hoy en día, desde el punto de vista social, específicamente en Latinoamérica, son parecidas en cuanto al capital cultural y a la historia de vida que éstas desarrollan de generación en generación.
Las tradiciones, principios, valores, son transmitidas de generación en generación y éstas se mezclan entre las personas al realizarse el proceso natural del enamoramiento, noviazgo, matrimonio o simple unión marital, formándose nuevas adiciones a estos “dotes” conductuales y cognitivos que una vez pertenecieron a familias diferentes y que ahora están unidas por un nexo, bien sea el amor, el afecto, los hijos o todas las anteriores.
En su mayoría, somos educados y “moldeados” por patrones conductuales que nuestros padres heredaron de sus padres, que heredaron de sus padres… todos regidos por doctrinas, creencias y principios socio - religiosos que, dependiendo de sus ancestros y sus raíces (europeas, americanas, asiáticas o latinas propiamente dichas) desarrollarán al individuo que luego, completado su ciclo natural de madurez sexual y cognitiva, conformará pareja para fundamentar lo que la sociedad conoce como Familia.
Si bien, muchos conformamos esta base fundamental de toda sociedad civilizada, evolutiva y en aras de mantener nuestra raza, cultura, socializar como nuestra natura nos exige y, como aporte a la humanidad; otros quizás, al conformar una pareja, bien sea en matrimonio formal, concubinato o simple emparentamiento sexual; proyectan sus sueños, ideales, ilusiones propios, encadenando a la futura prole (en el caso de que al consumarse, diera frutos, hijos, el ejercicio de la función sexual) sin pensar que los nuevos seres humanos, así como se desarrollan evidentemente individuales, traen en sus genes, en su ADN, necesidades, pensamientos, sentimientos parecidos pero jamás idénticos, porque sencillamente son eso, seres únicos e irrepetibles.
Responder a esa pregunta que muchos padres nos hacemos: ¿por qué formamos una familia? Es permitirle al cerebro enmarañarse dentro de las circonvoluciones como si fueran autopistas de la información y encontrar que cada uno tendrá una respuesta tan diferente pero no menos cierta, porque es sencillamente personal y enriquecida con los valores transmitidos por nuestro núcleo familiar, el cual es diferente, distinto y particular.
Se decide formar familia por amor, por necesidad de compañía, porque no se puede “devolver” (mi religión no me lo permite responden algunos) dando otra opción que es por temor a… y surge otra pregunta: ¿Para qué formamos familia?
La respuesta es aún más incierta, muchos porque, se devuelven al párrafo anterior, otros por estatus social, para evitar el qué dirán, para dejarle mi legado a alguien, para tener quien me atienda cuando esté viejo…
En fin, estaríamos toda la capacidad del office Word y del blog escribiendo y respondiendo cíclicamente a ambas preguntas, ambas que he oído responder y que con temor y angustia he visto reconocer de muchas personas que me rodean y son cercanas a mi.
Sin duda la mejor y más impactante fue la de mi hermana, actualmente embarazada de 32 semanas: y ¿Por qué no?
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