Hasta hace poco, la genética del comportamiento se ocupaba sobre todo de cuantificar las influencias relativas de la naturaleza y el ambiente sobre el desarrollo psicológico y los trastornos mentales. Se utilizaban preferentemente estudios sobre hermanos gemelos y familias con hijos adoptados para separar los efectos genéticos y los ambientales. Los resultados eran coherentes e importantes para demostrar la influencia tanto de la naturaleza como del ambiente.
En general, sus efectos resultaban ser aproximadamente iguales, aunque los factores genéticos predominaban claramente en algunos trastornos (como el autismo o la esquizofrenia), los factores ambientales predominaban en otros (como el crimen).
Actualmente ha quedado claro que considerar la naturaleza y el ambiente como fuerzas separadas e independientes es una engañosa simplificación. Los efectos dependen de cómo interactúan ambas, tanto en tér minos de correlaciones como en términos de interacción.
Las correlaciones tienen su origen en que los genes influyen sobre las diferencias individuales en la exposición a riesgos ambientales a través de tres mecanismos distintos.
En primer lugar, los progenitores transmiten sus genes a su descendencia pero también proporcionan a sus hijos un entorno para que crezcan. La correlación entre influencias genéticas y ambientales refleja el hecho de que, en conjunto, los progenitores que transmiten genes implicados en un riesgo mayor de verse afectados por un trastorno mental tienden también a proporcionar ambientes menos óptimos para el desarrollo de sus hijos.
Por ejemplo, las personas con problemas graves de depresión recurrente o con problemas persistentes con drogas o alcohol pueden tener dificultades para ejercer de padres. Los riesgos a los que se exponen sus hijos son, por tanto, una combinación de genética y entorno. En los análisis tradicionales, el efecto combinado se atribuye enteramente a la genética mientras que, en realidad, implica la acción conjunta de naturaleza y ambiente.
En segundo lugar, las personas seleccionan y configuran su entorno a través de su propio comportamiento. Así, por ejemplo, un niño con ta lento musical, atlético o matemático influido genéticamente es probable que pase más tiempo (y posiblemente tiempo de mayor calidad) dedicado a estas aficiones que otros niños. Consiguientemente, el desarrollo de su talento se habrá visto influido por esas ventajas ambientales tanto como por su bagaje genético. Los genes habrán desempeñado un papel fundamental en la configuración y selección de los entonos, pero la influencia reflejará el encuentro entre naturaleza y ambiente. También en este caso, los análisis tradicionales atribuirían todos los efectos a la genética, pese al papel mediador desempeñado por el ambiente.
En tercer lugar, la conducta genéticamente determinada de una persona afectará sus interacciones con otras. Por ejemplo, los individuos an tisociales son más propensos que otros a manifestar conductas que pro voquen hostilidad o rechazo, conduzcan a una falta de apoyo social, predispongan a la ruptura de relaciones y pongan sus empleos en peligro. En todos estos efectos desempeñan un papel importante los riesgos ambientales. Una vez más, los genes son importantes a la hora de hacer que un individuo tenga una mayor (o menor) probabilidad de verse sometido a ambientes de riesgo, pero aunque generalmente se incluyen en las estimaciones de los efectos genéticos, los riesgos en general implican una mediación tanto genética como ambiental.
Estos hallazgos tienen aplicaciones cruciales tanto para la investigación genética como para la psicosocial. Para la genética, el mensaje es que parte del efecto genético se debe en realidad a su impacto indirecto sobre variaciones en la exposición a riesgos ambientales. Por tanto, implica tanto a la naturaleza como al ambiente, y etiquetarlo como únicamente genético es erróneo. Para la investigación psicosocial el mensaje es paralelo: algunos de los efectos que parecen ser enteramente ambientales están, en realidad, mediados parcialmente por la genética.
MICHAEL RUTTER Profesor de Psicopatología del desarrollo, Institute of Psychiatry, Kings' College, Londres
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