Soy un instrumento de paz y serenidad.
En el ajetreo diario, la paz y la quietud pueden parecer un sueño lejano. Mas yo determino comenzar cada día con un momento de oración y meditación para acudir al reino de Dios en mí.
En mi momento de comunión, creo una idea mental que evoca la paz. Puede ser un lago sereno o el rostro de un ser querido.
Quizás recuerde la letra de una canción o mi verso bíblico preferido.
Aquello que elijo visualizar se convierte en algo a lo cual puedo regresar para sosegarme en cualquier momento del día.
La clave para volver a este espacio interno y sagrado, este centro de serenidad y amor en lo profundo de mí, es un simple “Gracias, Dios”.
Con gratitud, me doy cuenta del amor que me sostiene. Me doy cuenta de que Dios y yo somos uno.
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