El comportamiento de los misóginos (hombres necios que acusan a la mujer sin razón) tiene su origen en añejas prácticas culturales en las que agresión física y verbal son empleadas por los varones para conservar privilegios y liderazgo ante su contraparte femenina.
La misoginia -término definido como odio hacia las mujeres- ha ocasionado que, a causa del poder de los varones, ellas estén expuestas a violencia física, abuso sexual, degradación, trato injusto y humillante, así como discriminación legal y económica, situación que se alimenta con la creencia de la supuesta inferioridad femenina y supervaloración del dominio masculino, viéndose este último reforzado por factores como tradicionalismo, entorno familiar y medios de comunicación.
"Al misógino lo describo como sujeto que siente aversión (rechazo) hacia las mujeres, pero al mismo tiempo se aprovecha de ellas para obtener algún beneficio, generalmente de tipo material. Asimismo, puede tener discurso amable y aparentar ser buen hombre, mostrarse racional y comprensivo hasta que, tarde o temprano, termina proyectando actitudes de descalificación y minimización hacia lo femenino", explica el psicólogo Francisco Cervantes Islas, codirector del Colectivo de Hombres por las Relaciones Igualitarias (Coriac), cuya sede se ubica en la Ciudad de México.
Para comprender el fenómeno que nos ocupa, debemos situarnos en la época de las cavernas, cuando se estableció tajante diferenciación de género, la cual atribuyó al varón características de rudeza, valentía, honorabilidad, fuerza, don de mando y capacidad para el trabajo y hacer vida pública, en tanto a la mujer se le vio como un ser que sólo podía encargarse del cuidado de los hijos y labores domésticas.
"Lo anterior ha marcado cierta especialización de roles, lo cual ha ocasionado que los hombres se acostumbren a la idea de ser jefes, dueños o patriarcas, por lo que, quizá, la misoginia haya surgido como especie de defensa ante la amenaza inconsciente que representa el crecimiento, sabiduría y grandeza de la población femenina; de ahí que mediante dicha conducta traten, a cada momento, de minimizarla en todos los aspectos; de hecho, hasta podría afirmarse que los varones temen que ellas ocupen su lugar", acota el especialista en salud mental.
Respondiendo al devenir histórico, en el que los varones son patriarcas, "dueños" y "cuidadores" de las damas, se percibe que ellos han abusado de dicha condición y malentendido el rol protector hacia el sector femenino, considerándolo sinónimo de dominio, en donde se concibe "natural" el hecho de que ellas cumplan papel de subordinadas sin derecho a actuar ni a tomar decisiones importantes, toda vez que se les etiqueta como seres inútiles que no saben cómo proceder ante diversas circunstancias.
La edificación de las relaciones sociales antes descritas tiene fuerte fundamento en los mensajes culturales que han pasado de una generación a otra, lo que, en consecuencia, ha estructurado perfiles, leyes e instituciones que establecen que el varón es quien tiene capacidad de mando porque está dotado de los conocimientos necesarios para ello. "En términos generales, se nos han atribuido múltiples características y/o potencialidades con las que quizá no contamos, que no nos dan los genitales ni las hormonas y que, erróneamente, la sociedad supone poseemos por el hecho de ser hombres", señala Cervantes Islas.
"Ante este miedo de perder el poder —agrega el entrevistado— y experimentar posible flaqueza (en una relación sentimental), se ataca al sector femenino y no se construye el amor desde la igualdad, es decir, en el sentido de que ambos miembros de la pareja compartan la vida con derechos y responsabilidades similares, sino a partir del servicio que supuestamente la mujer tiene como obligación. Desde esta perspectiva, para mantener dicha condición los hombres ven en ellas a seres inferiores que deben cumplir todos sus deseos. Por ejemplo, en los talleres que impartimos la primera pregunta que les hacemos a ellos es: ‘¿Qué necesitas para sentirte querido y feliz?', a lo que generalmente responden: ‘Que me cuiden, atiendan y obedezcan'".
Los vínculos hombre-mujer sostenidos en la soberbia y arrogancia masculinas encuentran más fuertes expresiones en la violencia hacia las féminas y en el andamiaje cultural que es la misoginia. "De esta forma, dicha conducta daña a la sociedad pero, por desgracia, sigue siendo promovida por los medios informativos, particularmente a través de programas televisivos de concursos cuya temática es la ‘guerra de sexos', los cuales refuerzan la absurda idea de que es válido humillarlas y competir con ellas porque están a nuestro servicio", refiere el codirector de Coriac.
Hacia cualquier punto que miremos podemos encontrar múltiples actitudes de aversión y descalificación hacia las damas; por ejemplo, tenemos los comentarios de quienes cometieron abuso sexual: "Por qué se alarman tanto si nada más la violé"; mientras que los individuos que tocan a mujeres sin su aprobación afirman: "Ellas nos provocan por usar minifalda", así como aquellos que reflejan fanfarronería: "Ya tuvo relaciones sexuales conmigo". Esta megalomanía (es decir, creerse superior en demasía) masculina "puede entenderse como desesperada y falsa idea de sentirse mejor que las mujeres; igualmente, es frecuente que el odio hacia ellas se incremente cuando destacan por su inteligencia, razón por la que pretenden reafirmarles lo siguiente: ‘Tu misión es atenderme, así que obedéceme y calla'", añade Cervantes Islas.
Cuando los hombres agreden verbalmente a sus iguales suelen hacer referencia a lo femenino, siendo común escuchar expresiones como "vieja", "marica", "joto", "mandilón", "rajón" o "puñal", lo cual se debe a que consideran que lo más humillante es pertenecer al sexo opuesto. Con ello, "en la conciencia profunda se trata de ratificar que lo menos deseable es ser mujer o parecerse a ellas", indica el experto.
También podemos observar que cuando el varón desprecia lo femenino, de ninguna manera realiza labores que por costumbre se consideran "exclusivas" de ellas, como lavar trastes, preparar comida, limpiar la casa, tender la cama y/o cuidar a los hijos. "A ello responden que son ‘cosas de viejas', con lo cual quieren decir que se trata de actividades propias de seres a quienes consideran inferiores e indignos. Como vemos, la misoginia es el ‘cáncer' de las relaciones de paz e igualdad, y quienes la tienen arraigada ignoran que, para crecer como seres humanos, debemos admirar y valorar a nuestros semejantes, sin importar su género, y que es imposible disfrutar el amor, sexualidad y placer desde la opresión", finaliza Cervantes Islas.
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